Hoy, saliendo de mi bar favorito en la Plaza de Armas de Santiago, me encontré con un caballero muy particular que tenía un telescopio apuntando hacia el cielo e invitaba a los transeúntes a observar los cráteres de la luna por el módico precio de mil pesos. Me acerqué, intrigado por la oportunidad de conversar con alguien que compartiera mi pasión, y le pregunté si era el mismo que había visto en otras ocasiones. Me contó que se llama Manuel y que desde 1994 se instala frente al portal Fernández Concha, compartiendo su amor por el universo con todos los que pasan, siempre acompañado por su señora.
Le pregunté si era muy difícil seguir los movimientos de los astros con su telescopio, y me indicó que no, ya que su telescopio tiene una montura ecuatorial, que permite seguir los cuerpos celestes con gran facilidad, a diferencia de las monturas altazimutales, que requieren ajustar dos parámetros en lugar de uno. Me habló de los eclipses durante los últimos años y de sus aventuras buscando los mejores lugares para observar las estrellas y tomar fotografías de alta exposición. Su entusiasmo era contagioso, y su conocimiento profundo hizo de la experiencia algo más que una simple mirada al espacio. Fue una conversación amena y enriquecedora, donde pude apreciar la dedicación de alguien que, con sencillez y humildad, compartía su amor por el universo con todos los que pasaban.
Tras nuestra conversación, hice mi cooperación y miré a través del telescopio, logrando ver la luna con claridad. Mientras observaba, un niño se acercó y le preguntó si hoy se podía ver Marte. Manuel, le respondió en broma que había llegado dos días tarde, provocando risas entre todos los presentes. También me mencionó que ofrece asesorías para instalar telescopios, así que quizás le pida ayuda con el mío, que lleva tiempo acumulando polvo.
Adelante estudios.