Se despertó temprano, aunque había dormido poco. No tomó desayuno, dado que no estaba acostumbrado a estar en pie a esas horas. Miró como el sol disparaba sus primeros tenues rayos tras la colina. Tomo su fiel rifle de caza, se despidió de su mujer y salió de la cabaña.
Si bien estaba amaneciendo, dentro del bosque que tuvo que cruzar seguía siendo de noche, y lo seguiría siendo por muchos años más. Terminó de cruzar el pequeño bosque y pudo ver el precipicio donde venía a jugar con su hermano cuando eran niños.
Sabía que aquél día iba a morir: se lo decían todos los huesos del cuerpo. Pero importaba poco, no porque quisiera estar muerto, a lo cual ya se había acostumbrado, sino porque simplemente el era feliz en ese momento. Dejó su rifle, se acercó al precipicio y jugando como un niño pequeño aprendió a volar, aunque fuera por unos pocos segundos. Y fue feliz hasta que el peso del mundo le destruyó hasta las meninges.

Adelante estudios.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.